Tocan al telefonillo. En la puerta está tu colega de siempre. Su indumentaria también es la habitual: una camiseta de Patxi Puñal y un balón descosido por los golpes secos de la pared. Bajar al calor del asfalto es algo rutinario, pero que no normalizas bajo ningún concepto.
Es el momento de desconectar y dejar suelta tu imaginación. Estás en la plaza de tu barrio, pero para vosotros es más grande que El Sadar. No hay 20.000 personas mirando las jugadas, pero en vuestra cabeza, los abuelos y las palomas son más que suficientes para dejar destellos de calidad. Desde algunas casas os pitan, dicen que dejéis de jugar con la pelota a la hora de la siesta, pero eso es sinfonía para vuestros oídos. Jugada tras jugada, las zapatillas se deshilachan y las gotas de sudor circulan lentamente por la frente. La noche empieza a caer y sabes que el partido está acabando, porque si no tus padres te sancionarán con dos jornadas sin jugar. No quieres irte, estás en un partido importante, pero es el momento de pitar el final. Tu colega dice por séptima vez que es la última jugada, y tú, por séptima vez, le quieres creer. Hace un centro picadito directo a los aledaños del área, como si de Moncayola se tratara. Tal como viene y sin caer, te conviertes en Pablo Ibáñez y la empalmas con el interior, al fondo de las botellas de agua que forman la portería. Los abuelos aplauden y tu amigo se lleva las manos a la cabeza. A quién se le ocurre hacer una volea con el interior cuando está acabando el encuentro. Te preguntan y lo primero que dices es: “Hemos sufrido como perros”. Fútbol para currantes. Fútbol de niños de plaza.
El partido acaba con el equipo de tu ciudad en la final de la Copa del Rey gracias a un gol tuyo. Te pellizcas. No sabes si es un sueño. Las collejas y abrazos en la celebración te demuestran que estás despierto. Más despierto que nunca. San Mamés dejó de rugir durante unos segundos tras la maravilla del niño. El Osasuna a la gran final, a codearse con los mayores. El Athletic de Bilbao vuelve a caer en la competición que siempre parece que sí y al final no, como cuando quieres las nuevas patatillas y tu madre te obliga a dejarlas en la sección de bebidas. Bilbao y la copa, una historia de amor no correspondida. Osasuna y Pablo Ibáñez, el gol de un niño de la plaza.