Adentrarse en Italia es música clásica, buen café y un bigote bien perfilado. En sus gargantas suenan Luciano Pavarotti, Raffaella Carrà y Nicola Di Bari. El apego es la familia, un beso en la mejilla y una camisa abierta. Lo acompañan con limoncello, un vino Monfortino Riserva y la pócima del amor, el Strega. Veneran a Gianluigi Buffon, Franco Baresi y Andrea Pirlo. Los ragazzos y ragazzas juegan con un balón deshilachado en una pared descorchada por los pelotazos. Italia es la elegancia de Florencia, las playas paradisíacas de la Costa Amalfitana y el romance de Venecia. Pero hoy no. Hoy Italia solo es una ciudad: Nápoles. Ruido, fiesta y fútbol. Porque el Calcio no se discute, se ama. Y si hace falta se besa. Hasta que la celebración se acabe. O hasta que se muera.
Nápoles nunca ha tenido un guion fijo. Es la historia de una familia humilde que dominó Italia en los años 90. Maradona fue el líder, el Vesubio su defensor. Tras 33 años de su abdicación, la ciudad partenopea vuelve a ser un carnaval lleno de vida. Las calles se tiñen de azul celeste y el ruido de los cánticos apagan el hervor de las cafeteras. Nápoles vuelve a ser campeón. Nápoles vuelve a ser portada. Nápoles vuelve a ser Nápoles.
«Es la voz de los niños. Un sol amargo. Olor a mar. Es un papel sucio, pero a nadie le importa y cada uno espera la suerte. Nápoles es un sueño y todo el mundo la conoce, pero nadie sabe la verdad» decía Pino Daniele. En la ciudad napolitana creen en la suerte. El primer artífice del festival fue Luciano Spalletti. El entrenador italiano creó una escuadrilla de jugones que consiguió creer en su lema: «Tutto per Napoli, perché è tutto per noi». Sus dos estrellas fueron Victor Osimhen y Kvaratskhelia, dos nombres difíciles de pronunciar, pero fáciles de disfrutar. El primero puso los goles, la fe y la garra. El segundo la elegancia, la gambeta y la calidad. Ambos fueron el soporte del conjunto napolitano. El timón del barco. La carbonara de los espaguetis.
Escribía Felipe Olcina: «Te dirán que es sucia, antigua y pobre. Nápoles es bonita hasta cuando pierde, cuando no sale el sol, cuando el Vesubio se esconde en la niebla, cuando peca su gente. En Nápoles hay demasiado mundo como para vivirlo solo una vez». Lo que está claro es que la vida en Nápoles es totalmente diferente al mundo real. La gente dice que están locos, como si los locos no fuéramos nosotros por no concebir el fútbol de esa manera. Porque el Nápoles no se discute, se ama.