Todos los españoles recuerdan dónde estaban, con quién y cómo celebraron aquel título. Fue un verano para el recuerdo. El vecino rancio del tercero te saludaba con una sonrisa. Tu colega gritaba «ronda para todos» con cada gol de David Villa. La viejecitas por la calle te llamaban guapo, aunque ahora también. El camarero te ponía la caña con doble de bravas. Los sobres de cromos no pasaban de los 60 céntimos. En la televisión salía Ronaldinho anunciando las natillas Danet. Tus amigos te llamaban al fijo para ir a jugar a la plaza. Salías con la camiseta falsa de Fernando Torres y con una pelota más dura que el cemento. Al calor del asfalto, hablabas con los de siempre de lo que pasaba en cada partido. En la calle se escuchaba el Waka Waka y el Wavin’ Flag. Aún, cuando estoy triste, escucho esas canciones. Aún, cuando estoy triste, pienso en ese Mundial. Aún, Pirlistas, cuando estoy muy triste, recuerdo cuando fuimos los mejores.
Solo he visto al país unido en dos ocasiones. La primera, con las canciones de La Oreja de Van Gogh. La segunda, aquel 11 de julio del 2010. Todo empezó mal, como de costumbre. Cada competición vas con ilusión, pero siempre hay alguien que te baja del cielo al barro con un gol, en este caso fue Suiza. «A veces hace falta tocar fondo para emprender el camino que lleva a la gloria» decía Michael Robinson. Y así fue. Esa derrota fue un punto de inflexión en el desarrollo de aquel Mundial. Después de ahí no hubo ni un clavo suelto.
Cada partido te quitaba años de vida, pero ahí estaba Villa para marcar goles. Cada partido te daban pequeños infartos, pero ahí estaba Casillas para parar lo imparable. Cada partido acababas con dolor de cabeza, pero ahí estaba España, creando el tan famoso tiki taka. Todo ello pasando por encima de selecciones de culto: Honduras, Chile, Portugal, Paraguay y Alemania. Solo quedaba un paso. Llevarse el oro. El eslabón perdido.
El día que Iniesta escuchó el silencio
Sudáfrica. Johannesburgo. Soccer City Stadium. 11 de julio del 2010. Holanda y España. Dos selecciones. Un solo ganador. El partido más duro que recuerdo. Aquella patada de Nigel De Jong a Xabi Alonso actualmente sería roja, dos años de prisión y una multa de dos millones de euros. Todo transcurría con normalidad. La selección española llevaba todo el peso del partido. El buen juego y las ocasiones solo iban para la portería defendida por Stekelenburg, pero nadie conseguía abrir el marcado. El mundo entero estaba paralizado viendo el encuentro, aunque más paralizado nos quedamos los españoles al ver a Arjen Robben solo ante Casillas. Un venerado pie derecho nos salvó del abismo.
Todo parecía irse a los penaltis. Aunque Iniesta no pensaba lo mismo. Minuto 116. «Yo en ese momento escuché el silencio y sabía que ese balón iba para dentro». Tras recibir un pase de Cesc Fábregas en el borde del área, Andrés se vistió de héroe nacional para marcar el gol más importante de la historia del fútbol español. El gol de todo un equipo. El gol de todo un país. El gol que nos hizo Campeones del Mundo. El gol, ‘Iniesta de mi vida’, que nos hizo los mejores.