Fino. Ágil. Perspicaz. En mundos totalmente paralelos a este, Samuel Eto’o pasó por diversas profesiones antes de ser futbolista. En otra vida, el camerunés cogió experiencia en Relojerías Samuel, ahí ganó esa precisión de relojero a la hora de envolver el balón en la red rival. Siempre se caracterizó por ser un jugador currela, un oficio que aprendió partiéndose el lomo en la obra un verano del 94. Fue DJ. Tal vez cantante. Sus chuts eran puro tecno y sus zancadas un tango lento. En el Bar De Samu aprendió la picardía de un camarero y el perfeccionismo de un cocinero. En una de esas vidas, también le tocó ser sicario. No es una profesión aconsejable, pero gracias a ello conocimos a un matador del área. Samuel Eto’o, el jugador que susurraba a la pelota.
Recordar a Eto’o es sumergirse en un mar de nostalgia. Es como escuchar las canciones de Melendi del 2006 o jugar al snake en el Nokia de tu madre. Sus características de jugón le convirtieron en un personaje de época, de esos que recuerdas con tus primos en las comidas familiares. Rayo McQueen definió a la perfección la forma de jugar del camerunés en la película Cars: «Ligero como una moto, potente como un camión«. Sus primeras patadas en el mundo del fútbol llegaron cuando aún no le habían salido pelos en el pecho, con tan solo 16 añitos. Tras un paso efímero por el Leganés, acabó en la casa blanca, un motel de paso antes de llegar al estrellato.
La llegada a Mallorca fue un golpe de aire fresco en su carrera. Rompió las estadísticas como si fuera papel de burbujas para embalar. La gente llevaba su camiseta por las calles y coreaba su nombre en los estadios. Los más pequeños le imitaban en el patio. Cada gol era un mensaje de amor al mallorquinismo, club que le dio la oportunidad de demostrar su valía. El león indomable rompió caderas. Bailó al son de las olas insulares. Navegaba a velocidad de crucero. Dejó huella y un título en las arcas del Mallorca, una Copa del Rey que todos recordaremos por sus dos obras de arte. Después de enamorarnos, se fue. Dejamos su foto en el fondo del cajón y nunca más lo volvimos a abrir.
Cruzó el mediterráneo y desembarcó en Barcelona. Ganaron el triplete con Guardiola al timón, un tal Leo Messi de grumete y el camerunés de capitán. Hizo historia dentro y fuera del campo. Le recordaremos como un jugador con precisión de relojero, currante como un albañil, matador de área como un sicario y además, como un poeta: “Correré como un negro para vivir como un blanco”.