Todo el mundo nace con algún talento especial. Éric Cantona descubrió que tenía dos: buen juego de pies para bailar en el césped y una rebeldía que le daba vida a su personaje. L’enfant terrible. El hombre del ceño fruncido. Terco y sin pelos en la lengua, pero sí en el pecho. Un cuerpo fino y esbelto. Una derecha prodigiosa. Con el rostro de quien desayuna café con anís. Un tipo que disparo tras disparo se cose a sí mismo mientras te cuenta cuál será su próximo gol. Un jugador de época, dentro y fuera del campo. La perla más carismática de los años 90. Con el 7 a la espalda y el cuello de la camiseta levantado. La película acabó con el protagonista muriendo antes de tiempo, pero qué película.
Su carrera fue una historia llena de sucesos. No era precisamente romántica, pese a su idilio con el esférico. Alternaba golazos con polémicas. Su estilo de juego le llevó a convertirse en una leyenda del Manchester United, pero su mala gestión con la ira hizo que su legado pasara a segundo plano. Fue el delantero que todo equipo quisiera tener. Su cara de pocos amigos intimidaba a defensas y árbitros. Era el matón del colegio. El segurata de la fiesta. La persona a la que todos llaman cuando la cosa se pone fea. Y al final, lo que parecía una historia de amor acabó siendo una película de acción y drama dirigida por James Cameron.
25 de enero de 1995. Crystal Palace y Manchester United. El día que todo cambió. Éric Cantona fue expulsado a los pocos minutos de la segunda parte por pegarle una patada al defensa rival, jugador que previamente había estado buscándole las cosquillas al francés. Parece ser que las encontró. Mientras que el bueno de Éric se marchaba al túnel de vestuario, un hooligan soltó a grito pelado insultos racistas increpándole que volviera a su país. El francés salió corriendo a su encuentro proporcionándole una patada voladora (digna de Bruce Lee) en el pecho. El golpe de todo un país ante el racismo. El estadio acababa de vivir uno de los momentos más históricos de la Premier League. La organización y la prensa tomaron el acto como un crimen, en cambio, la afición enalteció al francés.
Pese a ello, Éric no fue un ejemplo para los más pequeños. Su carrera se vio envuelta en un mar de polémicas tras un cruce de cables que le supuso nueve meses sin ver la pelota. Una orden de alejamiento que mató a las vaselinas desde fuera del área. Una sanción que borró de los estadios las celebraciones de «The King». Un castigo que dejó al fútbol huérfano. En fin, las patadas que da la vida.