«Yo hago lo imposible porque lo posible lo hace cualquiera». Esta fue la carta de presentación del Liverpool en la final de la Liga de Campeones del 2005, la que los catedráticos del fútbol definen como ‘El Milagro de Estambul’. No puedo recordar con nitidez aquel encuentro, tal vez porque aún no me habían salido los dientes de leche o porque lo ocurrido entre los reds y el Milan fue lo más parecido a un capítulo de Black Mirror que existe.
La primera vez que escuché el ‘You’ll never walk alone’ ya supe que un pedacito de mi corazón iría para el conjunto inglés. Después de ver la final, el ir a Anfield a cantar el himno se ha convertido en una obsesión. Además, quiero ir bien. Rapado al cero, con una cerveza siempre en la mano y cantar a pleno pulmón: «Steve Gerrard, Gerrard, he’ll pass the ball 40 yards, he’s big and he’s f*cking hard, Steve Gerrard, Gerrard». Sí, como si de un hooligan se tratara.
Recuperando el honor perdido
25 de mayo del 2005. Estadio Olímpico Atatürk. Milan vs Liverpool.
La final de Estambul fue lo más parecido a la secuela de ‘Misión imposible’, pero con un reparto mucho más auténtico (no apto para personas sensibles). Andrea Pirlo, Kaká, Seedorf, Gatusso, Maldini, Crespo, Dudek, Gerrard, Xabi Alonso, Carragher… y como directores de orquesta, Rafa Benítez y Carlo Ancelotti.
Más de 70.000 personas presenciaron lo que para muchos es el mejor encuentro de la historia de este deporte. El Milan buscaba su séptima Copa de Europa y seguir aumentando la leyenda del club. Mientras tanto, al otro lado del charco, le esperaba un Liverpool que quería su quinto título y recuperar el honor perdido del fútbol inglés, ya que no llegaba ningún club británico a una final de la Champions desde 1985.
Con la gente pidiéndose la última en los aledaños del estadio, en el primer minuto de partido, Andrea Pirlo colgó un balón al área para que el capitán Paolo Maldini pusiera el primero en el marcador. El gol más rápido de la historia de las finales de la Champions. El conjunto inglés adelantó líneas para conseguir el empate, pero esto se volvió en su contra. La elegancia de Pirlo y el talento de Kaká pulverizaron el punto débil de la defensa red. Así llegó el segundo varapalo para los de Benítez, un pase filtrado desde el centro del campo acabó con Shevchenko delante del guardameta y este, con un pase de la muerte, cedió el gol a Crespo para poner el segundo de la contienda. Sin tiempo a digerir el mal trago, una jugada inverosímil de Kaká digna de jugón, acabó con el doblete de Crespo para finiquitar así el partido (o eso creíamos todos).
Los segundos 45 minutos fueron una película totalmente diferente a lo que nos ofreció el tráiler. En tan solo seis minutos pasaron de un 3-0 a un 3-3. En el 56′, el encargado de abrir el camino fue el de siempre, Steven Gerrard. Un cabezazo inapelable batió a Dida para poner la esperanza en el casillero. Dos minutos después y sin tiempo para bajar pulsaciones, Smicer soltó un latigazo desde fuera del área para llevar el delirio a la grada. Nadie se podía creer lo que estaba pasando, incluso los ateos rezaban a Dios para que el tercero llegara. Poco tiempo después, un derribo de Gatusso sobre Gerrard acabaría en pena máxima. Xabi Alonso lo pateó, paró Dida in extremis, pero en la segunda jugada llegó el español con la caña preparada para empatar el partido. El milagro había ocurrido, la imagen más repetida fue la gente llevándose las manos a la cabeza. Un par de llantos y jugadas después, el partido se fue a la prórroga.
El tiempo extra fue una mezcla de sensaciones. Rostros serios en la zona milanista y una fiesta con Martin Garrix de DJ en la grada inglesa. «Esto es fútbol, señoras y señores», decía Johann Cruyff. Calambres, balones al área, taquicardias y una parada milagrosa de Dudek digna de estudio, fueron el guion antes de los penaltis. Al llegar al punto fatídico, el Liverpool ya tenía ganada la batalla psicológica tras la remontada. Un 3-2 en el global coronó al conjunto inglés con su quinta Liga de Campeones, dejando en Estambul una hazaña digna de best seller.
Presumiré siempre de haber visto esta final. En diferido, a las cuatro de la mañana y en plena cuarentena. Si íbamos a morir, quería que ese fuera mi último partido. Mi último baile. Tal vez ahora que vivo para contarlo, me encuentre en el epílogo.
Y recordad, Pirlistas… hoy os quiero más que ayer, pero menos que mañana.