Los caminos difíciles forjan personas fuertes, si no que se lo digan al Real Zaragoza del 95. Hablar de aquella Recopa de Europa causa la misma sensación en el cuerpo que un beso en el cuello o comer sopa calentita una fría noche de invierno. Aquella noche en París, el destino tenía preparado un acontecimiento histórico para el fútbol español. En el 119′, un balón sobrevoló el cielo parisino para provocar el éxtasis e incredulidad en la afición maña.
Un día, un viejo amigo me dijo que ser del Zaragoza es algo muy fácil a lo que amor se refiere. Basta con ir un día a La Romareda; el olor a césped mojado, el ambiente a día mágico de fútbol y los cánticos abrumadores entran en tu cuerpo, convirtiéndote así en uno de ellos. Actualmente, el club busca salir de una de las peores crisis de su historia, pero su afición es un aliciente importante para nunca darles por muertos. Son muchos los que acudieron aquella noche del 1995 al Parque de los Príncipes para llevar a su equipo en volandas hacia la victoria.
Agárrense que vienen curvas
Para besar la copa hay que pasar antes por lugares tenebrosos. La vía hacia la gloria fue un caer y levantarse constante, como cuando aprendes a caminar o a montar en bici.
Transilvania fue el primer toque de atención para el Zaragoza, el Gloria Bristita venció por 2-1 dejando a los maños sin ternasco. Con La Romareda clausurada debido a una sanción, la vuelta se celebró en el Luis Casanova de Valencia, donde los leones mostraron su autoridad como local y arrasaron con un contundente 4-0, dejando el partido de Rumania en una mera anécdota. En octavos de final, el conjunto zaragocista pasó por encima del Tratan Presov, equipo eslovaco. El resultado global fue de 6-1, dejando claro que el equipo de Víctor Fernández venía para quedarse.
Agárrense que vienen curvas. Cuartos de final. La verdadera prueba de fuego y nunca mejor dicho. El Real Zaragoza visitaba al Feyenoord en el ‘Infierno de Rotterdam’. Los maños encerraron a los holandeses durante la mayor parte del encuentro, pero un gol de Henrick Larsson puso la eliminatoria cuesta arriba. En la vuelta y ya cumplida la sanción, La Romareda volvía a vibrar sabiendo que el equipo de sus amores necesitaba darle la vuelta al marcador. Aquella noche empezó a escribirse la historia de la Recopa. Un gol de Pardeza en el 58′ ponía las tablas y a 15 minutos del final, Esnáider llevaba el delirio a las gradas con un tanto de volea que daba el pase a semifinales.
El último obstáculo antes de la gran final era nada más y nada menos que el Chelsea. Los ingleses visitaban la capital aragonesa con el objetivo de poner fin a la buena racha del Zaragoza, pero el conjunto maño se puso el mono de trabajo para enseñarle a los blues que en España se conduce por la izquierda y que el fish and chips nunca superará al pincho de tortilla. Un rotundo 3-0 dejó a los leones con pie y medio en la final, Esnáider fue el MVP con un doblete. Ya en Stanford Bridge, los leones consiguieron resistir las acometidas de un Chelsea que consiguió ponerse 3-1, pero el resultado de la ida fue un salvavidas para poner al club español en la gran final de la Recopa de Europa.
Siempre nos quedará París
10 de mayo de 1995. Parque de los Príncipes, París.
Ni el mejor guionista del mundo del cine puede crear una película mejor que aquella final. Tensión, amor, acción, drama, fantasía, la afición añadió el género musical con sus múltiples cánticos y Nayim… Nayim decidió pegarle a puerta en el 119′ desde medio campo, si eso no es ciencia ficción que venga Almodóvar y me lo diga.
El Real Zaragoza se enfrentaba a la vigente campeona de la competición, el Arsenal. Desde el primer momento, los gunners intentaron intimidar a los jugadores zaragocistas con un juego muy duro e intenso. Lo que no sabían los ingleses es que en Zaragoza los pistachos se comen con cáscara. El conjunto maño agarró el esférico y llevó en todo momento la batuta del encuentro. Fue en el 67′ cuando Esnáider, el hombre del torneo, puso un balón con música en la escuadra para demostrar que no estaban en la final por casualidad (1-0). Pero como bien sabéis, para ganar hay que sufrir. Pocos minutos después del éxtasis, llegó el jarro de agua fría; un balón suelto en el área de los leones acabó con el tanto del empate de Jhon Hartson, gol que llevaría el partido a la prórroga (1-1).
El tiempo extra venía lleno de incertidumbre. Media hora para el todo o nada. Los jugadores ya estaban con calambres y gran parte de la afición en la ambulancia, unos por la cerveza y otros por pequeños infartos. Todo parecía decidido, penaltis y que pase lo que Dios quiera. Ahí fue cuando un hombre decidió cambiar la historia del fútbol español.
Minuto 119 y 40 segundos. Mohamed Alí Amar (no se puede molar más), más conocido como Nayim. Agarró un balón botando a 50 metros de la portería y su chut sobrevoló el cielo de París, acabando así en el fondo de las mallas. El delirio fue total, la grada eufórica, jugadores y cuerpo técnico celebrando dentro el campo, las radios afónicas…
París se denominó la ciudad del amor tras la final. Aquel día, el Zaragoza y ‘La Cita Pirlista’ tuvieron dos cosas en común, el amor por el fútbol y que ambos hacen poesía.
Y recordad, Pirlistas… Hoy os quiero más que ayer pero menos que mañana.