Hace un par de días fui con unos amigos al bar de siempre. Entre cervezas y cacahuetes rancios, uno de ellos abrió un debate que todos sabíamos que sería difícil de cerrar. ¿La nostalgia es mala?, ¿significa que no has superado el pasado?, dijo. Durante unos segundos, mientras el camarero ponía la segunda tanda en la mesa metálica, se creó un silencio que solo apaciguó el ruido de la cafetera. Tras un intercambio de opiniones, un amigo con los mofletes rojos, aparentemente embriagado y del Valencia desde la cuna, soltó una frase que marcó un antes y un después en la conversación: «Para mí, la nostalgia es recordar a Villa, Silva y Mata jugando en Mestalla».
Corrían tiempos felices. La perilla bien perfilada de Villa, la melena impecable de Silva y los ojos azules de Mata marcaban tendencia en Mestalla. Eran el tridente perfecto. Tres apellidos que cabían en dos sílabas, pero no en los corazones de los valencianistas. Tanto Silva como Mata se encargaban de empaquetar el envío y David Villa lo sellaba y lo enviaba a la red (sin coste adicional). Juntos se compenetraban mejor que tu cuñado y tu tío a la hora de pedir la cuenta en las comidas familiares. Pese a su juventud, los tres ‘mestalleros’ fueron el eje central de un equipo lleno de viejos conocidos como Morientes, Baraja y Cañizares. Padres e hijos.
El trío ‘ché’ siempre encontraba un atajo para el gol. Con un perfil totalmente ofensivo, cada vez que hilaban dos pases se convertían en asesinos en serie con cara de estudiantes de Administración de Empresas. El poliamor en Mestalla estaba de moda. No concebían la vida en pareja, ya solo valía de tres en tres. El boom llegó en el 2008, cuando el tridente avaló su calidad ganando una Copa del Rey -con gol de Juan Mata en la final- y metiendo al equipo en Champions.
Con el último brindis, cansados y el sol cayendo, llegamos a la conclusión de que la nostalgia no es mala. Significa recordar los momentos buenos y echarlos de menos, aunque eso a veces conlleve alguna que otra lágrima. Hablar de El Guaje, El Mago de Arguineguín y El Pichonín se convirtió en una excusa para abrirnos en canal y recordarnos que el tridente de Mestalla ya no está, pero nosotros seguiremos aquí pase lo que pase, sentados en el bar de siempre y hablando de cosas que nos hicieron felices.